8 may 2009

Qué pena

16 años de edad, colegio, grupos de rock idolatrados (y de glam, siento admitirlo), diversión, fiestas, veranos en la playa, el sueño de hacernos estrellas del rock... Compartíamos tantas cosas que durante un tiempo creí que éramos amiguísimos. Novias que pasaron de uno a otro de los amigos del grupete; más síntomas de amigos íntimos. Algún feo, como con todos, en algún momento, pero al fin y al cabo, los 5 amiguetes del colegio/instituto, uno más guapo, otro más listo, otro más sanote, otro que lo tolera todo, el graciosete, el pesimista, el locuaz, el sensato precoz, el colibrí... Solo éramos cinco y había de todo. Eso sí, en el recreo todos juntos. A las fiestas todos juntos. A la playa todos juntos (aunque me dejaron descolgado alguna vez, cosa que no me tomé mal hasta pasado un tiempo, cuando mi padre me presentó el valioso amor propio, de un encontronazo y luego repetí todo de mejor manera con amigos del futuro en otro ámbito, pero eso es otra historia, la de los mejores años de mi vida).

Luego un viaje, un avión, el otro continente y se fue todo al carajo. Era yo el que me había ido y sin embargo eran todos los demás los que habían desaparecido. Habían borrado cualquier rastro de sí mismos. Nunca supe más, ni buscándoles en internet (cuando llegó, que tardó un poco). ¿Y las cartas? ¿Y los "chamo, no pierdas el contacto"? ¿Y el teléfono? Nunca hubo y nunca fueron.
Años más tarde y tras giros de distinta naturaleza, resulta que fuimos coincidiendo varios en Madrid. Las cosas de la vida. Poco a poco fueron viniendo, cada uno en su momento, siguiendo la estela, sin acuerdo, sin aviso... Y pesó más el vacío de unos años que el recuerdo y la camaradería de los anteriores. Cada uno a lo suyo. Puede que la edad contribuya, cada uno se hace adulto y los gustos se definen y nos separan, desde luego.

Pero curiosamente, al cabo de 17 años sin saber nada el uno del otro, me cita por internet con un mensaje escueto y directo: "Llego el día tal a Madrid nos vemos? Hasta el día cual!", sin más, ni un "hola, cuánto tiempo" ni nada (!). Pensé: "bueno, estará en boga economizar gramática cuando se escribe en electrónico".
Y uno, que es un tío que todavía se deja llevar por el "Qué bien, el re-encuentro" acude sin chistar. Y francamente, no entendí cómo era posible que en solo hora y media después de 17 años quedase sitio para silencios (!). No teníamos conversación común. A menudo pasa al ver amigos de hace muchos años. Lo constaté en un segundo encuentro sin silencios y ya con una charla más dinámica y frívola —fórmula eficaz, cómo no—, sin complicarnos en contar de nuestras vidas, pese a mi insistencia en saber en qué habían consistido todo este tiempo.
Con lo divertido que es a veces recordar "aquello que hiciste el día que mengana te dijo no sé qué y tú hiciste no sé cuántos", "No, ¿yo?", "Sí, sí, ¿te acuerdas?"...

Parece que sí. Nos hacemos adultos y los gustos nos definen y separan.
Qué pena. Yo tenía otro deseo.

Me alegra saber que en el camino aparece gente nueva y el sentido de la amistad no lo olvidamos.